Acercarse a lo natural

Artículo de El País Semanal especial Gastronomía.

Para algunos, comer natural es un asunto teórico: intentan leerse todas las etiquetas al menos por encima –conocen las siglas de algún aditivo con mala fama–, compran de vez en cuando verdura ecológica en el mercado y en otras ocasiones eligen pan o pasta integral. Les gustaría hacer más, mucho más por su dieta, pero no tienen tiempo.

Para otros, en cambio, la vuelta a la naturaleza es una opción de vida. Una decisión que les ha traído cambios más o menos drásticos, que airean orgullosos a la primera oportunidad. Es gente que cree poco en las etiquetas, nada en la publicidad y cada vez menos en su frutero o panadero del barrio. Ellos quieren tener el control. Y eso significa en algunos casos convertirse en agricultor a tiempo completo; en otros, solo por un día a la semana. Se organizan en “redes de confianza” en las que unos cultivan verduras, otros se encargan de la leche, otros crían las gallinas… Es el único modo que tienen de garantizar que en su dieta no entran fertilizantes químicos ni hormonas, y que lo que llega a su mesa viene directo de la tierra, se ha producido en condiciones éticas, con absoluto respeto por los animales y se ha cultivado cerca de sus cocinas para cumplir así el mandamiento del kilómetro cero.

Una de las consecuencias de lidiar con la naturaleza es que no es perfecta. Sospeche de los tomates alineados en perfecta armonía en un supermercado, todos del mismo tamaño y color. “La diferencia con eso es abismal”, asegura Rocío Vicente, licenciada en Biología. Para esta bióloga, ver la producción real es una garantía mayor que la que puede ofrecer una etiqueta.

Hay alternativas para aquellos interesados en la ecología de su menú, pero que no pueden desplazarse un par de días a la semana al campo, y es llevar la huerta a la azotea o a su terraza. Y a eso se dedica precisamente GrowinPallet, una empresa fundada por Rubén García y Daniel Roig que vende huertos urbanos que se pueden acomodar en las zonas infrautilizadas de las azoteas de los edificios de las ciudades. “Cada vez hay más personas interesadas en saber de dónde vienen los productos que consumen. Ya no solo aspiran a mantener una dieta sana y equilibrada, sino que ahora quieren asegurarse de que sus hortalizas hayan sido cultivadas sin pesticidas ni fertilizantes químicos”, explica Rubén. Entre los clientes de GrowinPallet hay restaurantes, escuelas y guarderías.

Para Adelina del Álamo, vegetariana desde hace más de una década y fundadora de la Asociación Maná Cultura, la vuelta a la naturaleza es un paso obligado que acaba ocurriendo en algún momento de la vida. Su decisión de ser vegetariana se sustenta en el respeto por los animales. “No tolero la crueldad a la que se les somete”. Cuando alguien le sugiere que el vegetarianismo podría no ser del todo sano, saca una ristra de vegetarianos brillantes y casi longevos: “Pitágoras, Mahatma Gandhi, León Tolstói, Albert Einstein…”.

Aser García Rada, un médico pediatra, que hace varios años dejó de comer pollo cuando un amigo que había trabajado en una granja intensiva le contó lo que pasaba allí, reconoce que una vez que se da un primer paso, se entra en una dinámica de respeto a lo natural: “Yo no soy vegetariano, pero estoy seguro de que algún día lo seré”.

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